El amor a la naturaleza, sus deseos de caminar entre selvas y bosques, disfrutar de las Mansiones Verdes y los sonidos y ecos de sus habitantes ha sido un poco el común denominador de este argentino que no escribía en español y al que en las pampas llamamos Guillermo Enrique Hudson.
De pequeño demostró gran interés en los pájaros, el habitat salvaje, el horizonte interminable y el impacto en sus sentidos.
Green Mansions es una de las muy pocas obras de Hudson de ficción. Pero es fantástica porque podemos adivinar que en los zapatos del protagonista ( el atormentado Abel ) está el mismo.
Un gran libro, bellamente encuadernado y con magníficas ilustraciones.
Reflexión, apotegmas y metralla de palabras, texturas y superficies rugosas en una digresión permanente. Porque la usina que quema el agua se distrae sumergida en los collage magenta y cielo que condensan una locación multiforme y atrevida, que se permite divagar y dar lo que expulsa sin control, sin filtros, sin remordimientos.
Se supone que...
Se supone que no debería atreverme a esta aventura: un blog donde las palabras navegan en un guiso de ambigüedades. Un guiso en el que las ausencias soberbias y la arrogancia supina de una lexicografía tonta y cursi aflorarán en cada oración, en cada recodo de mi pobre y previsible expresión metafórica.
Pero siento la necesidad de otro canal donde mis sentidos se bifurquen, atornillen o maceren. Un canal donde las entrañas puedan mostrarse sin piedad, sin convencionalismos avaros de obsecuencias o calcomanías culturales que no me motivan y vanamente tratan de encorsetarme.
Bienvenidos a este vuelo rasante donde los planetas chocarán y la mutación de los sentidos estará en la mira de los Dioses y Diosas.
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