Se supone que...

Se supone que no debería atreverme a esta aventura: un blog donde las palabras navegan en un guiso de ambigüedades. Un guiso en el que las ausencias soberbias y la arrogancia supina de una lexicografía tonta y cursi aflorarán en cada oración, en cada recodo de mi pobre y previsible expresión metafórica.
Pero siento la necesidad de otro canal donde mis sentidos se bifurquen, atornillen o maceren. Un canal donde las entrañas puedan mostrarse sin piedad, sin convencionalismos avaros de obsecuencias o calcomanías culturales que no me motivan y vanamente tratan de encorsetarme.

Bienvenidos a este vuelo rasante donde los planetas chocarán y la mutación de los sentidos estará en la mira de los Dioses y Diosas.

Lancos

Lo confieso: la primera vez que vi un Lanco se me paró el corazón. No se si fue porque su estampa genérica, estéticamente sobria, con esfera y detalles extemporáneos y de una perdurabilidad asombrosa me ha dejado sin pálpitos; hasta casi sin aliento; como si estuviese frente a frente a mi gran amor: los Seiko.
A pesar de que la elevada opinión de mi propia dignidad como amante de los relojes mecánicos a veces está en duda; aquí mi intuición con vaivenes desconcertantes y con marcados claroscuros fue contundente: un Lanco estalló entre mis huesudos y largos dedos hace ya muchos años; y esa sensación de explosión derivó en un magma de sensaciones cristalizadas por esas bellezas mecánicas despojadas y de una murmurante solidez.
Los Lanco me transmiten tranquilidad, una suerte de brisa húmeda que acaricia mi alma. Ese mirar por delegación, ese declinar en mi mirada elíptica produce a menudo extravíos en el que mis ojos se abandonan al poder conciliador de las agujas poco elegantes de estas piezas muy simples, muy rústicas, acabadas con delicia pero sin esmero y de una sensualidad subyugante y maravillosa.
Cuando los llevo en la muñeca declino mis ansias de berrinches cotidianos y me dejo adormecer en su custodia; pues lejos de atormentarme por descubrir el significado de su arrolladora presencia, me dejo llevar por la refulgente ensoñación de esta inquebrantable pasión.

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