Las garras del águila se crisparon sin razón aparente, yo no me dí cuenta de que estaba sobre mis calcinadas fauces hasta que me crucé con su desdicha.
El ave simbólica me destronó del Olimpo, circundó su avara reverencia de sin razones para terminar de una vez mi mediocre servicio de alegórica nirvana.
Sus alas de anarquismo obsecuente son mi agua heroica, la luz de mis sombras virtuales, la justificación de mi humano salvajismo, la virtuosa disputa en mis entrañas de magias dispares.
Moriría sin el faro pletórico del pájaro esplendente, por lo que sigo sus plumas de suntuosa ánfora hacia la corrección del desvarío preferencial.
No me gustaría terminar en la exactitud subrepticia con gestos solemnes, como un reloj que muestra orgulloso sus tenazas inevitables en tiempos de usura.
Por eso me abandono yerma a su pico feroz de amor libidinal, para escapar sin motivo a mis ásperas pesadillas de leche.
Aguardo gallarda en medio de la brisa iluminada de estrellas consecuentes, mientras me derrito ante su aleteo de saber cruzando mi horizonte despoblado.
Debo fenecer de dolor por su abrupto silencio; temo enloquecer si el ave no desgarra la mediocridad de mi rancio y agónico escrito.
En mi pecho de empobrecida emisaria se estructuró una semiosis infinita de signos suburbanos, que me atraparon impertérrita en los vados de la gloria eterna.
Pero las garras del águila abrazaron, por fin, el Orfeo de mi matriz sin preguntar por los sentidos, que yacen agazapados en algún lugar de la intuición o el olvido.
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