Se supone que...

Se supone que no debería atreverme a esta aventura: un blog donde las palabras navegan en un guiso de ambigüedades. Un guiso en el que las ausencias soberbias y la arrogancia supina de una lexicografía tonta y cursi aflorarán en cada oración, en cada recodo de mi pobre y previsible expresión metafórica.
Pero siento la necesidad de otro canal donde mis sentidos se bifurquen, atornillen o maceren. Un canal donde las entrañas puedan mostrarse sin piedad, sin convencionalismos avaros de obsecuencias o calcomanías culturales que no me motivan y vanamente tratan de encorsetarme.

Bienvenidos a este vuelo rasante donde los planetas chocarán y la mutación de los sentidos estará en la mira de los Dioses y Diosas.

Por qué escribimos como escribimos

Tema a desarrollar: Por qué escribimos como escribimos

UNO
Me gustaría escribir con respecto a por qué escribimos como escribimos.
Luego de tanto pensar ( pienso mucho ) y leer ( también leo mucho ) me he dado cuenta que las personas escriben dependiendo de su situación social, cultural, ambiental y cultural. No escribe igual una mujer vasca que una catalana; no escriben igual un colombiano que una argentina; y no escriben igual los que no tienen de lengua materna el español que lo que sí lo tenemos.
Esos cruces, esas singularidades corresponden a una realidad o realidades que se manifiestan denotadas o connotadas en los problemas, vericuetos y dificultades a la hora de escribir.
Somos lo que pensamos y con un anclaje dinámico en nuestras percepciones, creencias, saberes y comportamientos que nos confieren la pertenencia a tal o cual cultura. La camarera que está a mi lado estudia en argentina Administración de Empresas. Ella es paraguaya de origen guaraní. Y ella y yo jamás escribiremos parecido, ni remotamente. Ella escribe muy bien, muy bonito: llena de adjetivos muy vivos, muy floridos; tiene una prosa muy elástica, muy entretenida, llena de ocurrencias y un llamativo desaliño que me encanta.
Mi amiga Idoia no escribe así: es contundente, sin adornos ni brillos. No podré jamás estar a su altura, es brillante. Tiene una sintaxis perfecta, es muy descriptiva por momentos, y con una fuerza y entereza que confiere el tezón, la tozudez y la dureza de su pueblo, el vasco.
El escritor, cineasta, poeta y filósofo argentino Camilo Blajakis ( seudónimo de César Gonzalez ) escribe duro, cáustico, impertinente, con horrores de ortografía ( como yo ), con palabras que lloran y matan. Recrea en sus imágenes y palabras las miserias, glorias, la valentía, el color, sonido y sabor como magníficas postales y terribles cotidianeidades de los barrios bajos, excluidos y abandonados de Argentina. Los famosos wewe. Recomiendo a quién desee conocer la obra de este genio que busque información, se sorprenderá. Y no tiene más de 30 años, y ha pasado la mayor parte de su vida en la cárcel. Con todo lo que implica estar entre las rejas en un país tercermundista como este.

Estoy convencida que desnudas el alma cuándo escribes. Que te quedas tú y tu piel solos y despojados, tus miedos a la intemperie, tu vergüenza a la vista de todos.
Estoy convencida que evocamos, somos pertinentes, sesudos, pretenciosos a la hora de escribir.
No sé ustedes, pero me reconozco barroca, audaz, redundante, absurda y complicada por momentos. Bien argentina, diría mi amigo Enrique. Él escribe con metáforas deliciosas, es muy bello, deslumbrante y sintácticamente impecable, como todos los colombianos que conozco. Todo lo contrario que mi amiga Meritxell que escribe fantásticamente bien, ajustada y correcta en la gramática, sin adornos ni florituras, con temple y carácter bien catalán y del mediterráneo...

Y a la hora de lo expuesto en el ordenador y la hoja de papel suelo amputar, reescribir, tachar, enmendar... lo escrito aquí nació como frases sueltas en mi cuaderno de notas. Lo releo y reformo; leo otra vez y sigo....


DOS
En la primera parte de este escrito - que estará dividido por lo extenso en varias partes, siendo esta la segunda - traté de analizar por qué escribimos cómo escribimos. 
Vaya tema.

No creo en la escritura espontánea. Como que te sientas y escribes. Y ya. No creo para nada en eso. Estoy convencida en la elaboración del texto, en el amasado, en soldar piezas, construir estrategias y estructuras que soporten el andamiaje retórico de nuestros escritos. 

Creo que la escritura es una escalera. La veo así. Como escalones que subes. Y que cuando llegas al tope ya has rediseñado, repasado, corregido y pulido ese borrador tan caótico que tenías cuando empezaste...
Creo en las ideas desnudas. Esas que anotas en un papel suelto en una cafetería, mientras charlabas con un amigo. O en esa palabra garabateada en el autobús, esa palabra que te resulta musical y diáfana, esclarecedora.

Estoy convencida que la escritura es una suma de decisiones: qué expresar, qué soporte usar, qué tipo de texto escribir ( demostrativo, descriptivo, argumentativo... ); qué información añadir, qué tipo de referencias citar...
Estoy convencida que la escritura es una antorcha en la oscuridad: lo oscuro es el universo, lo que brilla en la llama, nuestra creación... Hay un antes de escribir ( la vida, las motivaciones o deseos, muestra carga emotiva... ) y un después ( la desolación de haber dado "vida " al texto que se desprende de nosotros ).

Nunca sé qué escribiré. Y dudo mucho que exista persona en el mundo que sepa cómo terminará lo que escribe. Escribir es una aventura azarosa y llena de excitantes momentos. 
Nunca sé cómo irá el texto, en qué derivará. Y también dudo que exista ser que sepa fehacientemente cómo terminará el texto que empezó con todo el terror y angustia ante la dichosa "hoja en blanco". Ésto ha nacido a propósito de una cuestión que me causa pánico: no saber cómo escribir lo que deseo expresar. Que quizás era otra cosa, y no ésto. Ya no lo tengo claro.


TRES

En esta tercera parte ( rara... iba a decir bizarra... pero no ) deseo decir algo con respecto a la composición y lluvia de ideas...

Como ustedes y yo sabemos, cualquier actividad que hacemos, lo que miramos y lo que nos rodea es la suma o componenda de cosas no siempre armoniosas sino que más de las veces conflictivas.Son ideas con un alto índice de evaporación. No sé ustedes, pero convivo con el pensamiento mágico todo el tiempo. Creo mucho en las cábalas, los amuletos, las pócimas y los elíxires. Me consta que el pensamiento científico y el mágico se complementan; no son mutuamente excluyentes.

Entonces... ¿ cómo atrapar esa volatilidad de ideas que vuelan alegres por el éter... ? ¿ cómo asir esa componenda, ese cúmulo de lineamientos para que no se dispersen, no se pierdan o evadan... ? Pues... me parece que uno de los métodos efectivos para fijar ideas es escribirlas, ponerles carne... vestirlas. 

Ya de por sí es muy difícil superar con éxito la grieta entre lo que pensamos y llevarlo al papel, todo eso sumado a la volatilidad y rasgo efímero de lo pensado ¡¡¡ que es inasible !!! Este tipo de problemas, es decir, la dificultad de exponer nuestros problemas para fijar ideas es mejor imprimirlas al lector. No es bueno, desde mi punto de vista, ocultarle que no sabemos cómo hacer para escribir eso que deseamos y se nos escapa... 
Estoy convencida que si llevamos a la luz esa dificultad - la que tengo en este momento para trasmitirles a ustedes lo que deseo decir - las escritura será más diáfana, clara, simple y fácil de entender para el que esté leyendo.


CUATRO

Escribir es un placer. Ya lo saben ustedes. Los hay quienes tiene rituales de escritura, los que se sientan y tan sólo escriben, los que creen en la elaboración y producción de textos; los hay perfeccionistas, arrebatados, furibundos de los adjetivos e interjecciones; a veces encuentro gente que no le importa nada de lo anterior y tan solo escribe... y eso es escribir.

Escribir es sembrar de matices la vida, las palabras y los sonidos; las nostalgias, los amores idos... soltarse a los claroscuros y los ensueños; recostarse en la majestuosa sensación que logras decir lo que crees y piensas: tu, el papel y la pluma, en ese continuo rasgar de plumín oradando el aire y la vida.

Las cuestiones de estilo no importan, de verdad. He llegado a la conclusión de que no es materia objetable el cómo escribimos; y que tampoco interesa el preciosismo de estilo, las palabras barrocas o la pretensión de una producción perfecta.

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