Te vi venir,
me partí para acogerte, comerte de mil maneras
entregando todo, todo hasta lo que nada se entrega
Te vi feliz
y fui feliz, lo fuimos. Sin belleza, sin dulzura
como tiene que ser con dos personas que se aman y no saben por qué.
Te vi desear
y desearme, te quise con mis brazos dorados, mis piernas y mi piel de arena y lija
No hesité, no te traicioné.
Te vi caer, y me caí
no supe qué hacer ni que armar
ya estaba todo roto antes que me diese cuenta del abismo
Ese día te alejaste, no me dejaste opción a partir, a socorrer mi ardor en la locura
en las estrellas pobres de invierno, en las arenas movedizas de un deseo que no acaba ni termina
sino que vuelve a empezar.
Reflexión, apotegmas y metralla de palabras, texturas y superficies rugosas en una digresión permanente. Porque la usina que quema el agua se distrae sumergida en los collage magenta y cielo que condensan una locación multiforme y atrevida, que se permite divagar y dar lo que expulsa sin control, sin filtros, sin remordimientos.
Se supone que...
Se supone que no debería atreverme a esta aventura: un blog donde las palabras navegan en un guiso de ambigüedades. Un guiso en el que las ausencias soberbias y la arrogancia supina de una lexicografía tonta y cursi aflorarán en cada oración, en cada recodo de mi pobre y previsible expresión metafórica.
Pero siento la necesidad de otro canal donde mis sentidos se bifurquen, atornillen o maceren. Un canal donde las entrañas puedan mostrarse sin piedad, sin convencionalismos avaros de obsecuencias o calcomanías culturales que no me motivan y vanamente tratan de encorsetarme.
Bienvenidos a este vuelo rasante donde los planetas chocarán y la mutación de los sentidos estará en la mira de los Dioses y Diosas.
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