Érase una vez el sol
diafano apenas en la cumbre de las ensoñaciones
Érase la luz sin cielo en los cantos mismos de un horizonte sin templanza.
Érase una vez el río
que asemeja cráteres de agua siniestra en las alforjas de las salinas secas.
Érase la caja de los milagros que no se cumplen ni se lamentan.
Érase una vez la vida
que como en la muerte acecha en la vacuidad de las palabras.
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