sus manos expertas buscando signos
de un malestar esquivo, una nota mal sonada,
o la escala trabajada en clavijas atoradas
siempre hurgando en las entrañas
de acordeones mutuos o ajenos,
para rancheras gringas o valses güeros
tan lejanos como la tierra amada.
Trabajando y trabajando
pensando en la música y sus acordes, sus melodías y bemoles
don Alfredo sigue y sigue con sus herramientas
mentando y calando, arreglando y ajustando
cada nota, cada pulsador, cada soplo de aire medido y querido.
Sus manos expertas medican con pericia, escuchan con astucia
diagnostican con saberes acumulados en medio siglo
de vivir con la música, de vivir para la música
y por lo que se aprende en tantos años,
de tanto tocar, tanto escuchar, tanto aguantar
Don Alfredo es música norteña
aquella del chicano y el que cruza
la del recién llegado y el que ya no habla español pero se acuerda de sus raíces
de su historia y de su sangre picante como el chile
alma de pueblo valeroso
sangre de sudor, tezón de coraje, temple inquebrantable
vísceras sufridas por tanto sacrificio y tanto esfuerzo
y aquella gloria escapada en noches de festejos y algarabías.
Y mientras miro su pequeño taller de reparación de acordeones
me viene a la mente un corazón latiendo
un acordeón desbancado y ofrecido a la vista
sin sonidos pero con la belleza intacta
porque sigue sonando, sigue soplando
entra y sale el aire por sus fuelles
entra y sale la magia de don Alfredo que lo devolverá ya listo
para deleitar el universo.
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