Qué extraño es poder tocar motores en silencio
saborearlos como nubes u hojas de otoño
simples, sofisticados, pulidos o gastados
ofrecidos a quienes oteamos en sus entrañas buscando historias
Historias de personas simples que viven para ese motor
ese auto
impoluto, brilloso, potente, formidable
ese auto
que con sus chapas y hierros y olor a nafta despierta admiración y nostalgia
nostalgia de cuando los autos tenían alma
y el alma corría libre por la carretera
Los cables, las bujías, los cilindros, la caja
los pistones, el carburador, el burro de arranque
todo es protagonista
todo es melancolía
todo el sonrisas cómplices y odas de maravilla
Historias de cuando el viento en la cara fue sinónimo de belleza
Quedan estos sesgos, estos bosquejos y la valentía
de ser dignos en este mundo de trivialidades donde la imagen es la tirana
la soberana y bastarda anuladora de sueños
y donde el instante ya es pasado aún cuando no es pasado
quedan, eso sí, estos motores en silencio.
Reflexión, apotegmas y metralla de palabras, texturas y superficies rugosas en una digresión permanente. Porque la usina que quema el agua se distrae sumergida en los collage magenta y cielo que condensan una locación multiforme y atrevida, que se permite divagar y dar lo que expulsa sin control, sin filtros, sin remordimientos.
Se supone que...
Se supone que no debería atreverme a esta aventura: un blog donde las palabras navegan en un guiso de ambigüedades. Un guiso en el que las ausencias soberbias y la arrogancia supina de una lexicografía tonta y cursi aflorarán en cada oración, en cada recodo de mi pobre y previsible expresión metafórica.
Pero siento la necesidad de otro canal donde mis sentidos se bifurquen, atornillen o maceren. Un canal donde las entrañas puedan mostrarse sin piedad, sin convencionalismos avaros de obsecuencias o calcomanías culturales que no me motivan y vanamente tratan de encorsetarme.
Bienvenidos a este vuelo rasante donde los planetas chocarán y la mutación de los sentidos estará en la mira de los Dioses y Diosas.
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